La infidelidad es quizás el tema más común por el que una pareja asiste a terapia, incluso, cuando, el infractor ya “pidió perdón” por la falta cometida. Es curioso que con el perdón llegue, con bastante frecuencia, el momento más profundo de la crisis, cuando paradójicamente este se movilizó para “remediar” el exabrupto y seguir adelante con el proyecto entre dos personas. Pero ¿Por qué el perdón que llega luego de una indiscreción en la pareja no colabora en muchos casos al retorno de la paz y la confianza en el vínculo que compartimos con alguien?
Partimos de un principio emocional y psicológico que nos gobierna: las personas no queremos sentir eso que nos confronta, es decir, aquello que sentimos con lo que está sucediendo, nos guste o no; lo que en terapia llamamos contacto. Así, cuando una infidelidad llega a la pareja, la ira y la tristeza que puede estar pasando en el corazón de uno de los dos; y el miedo que puede imperar en el otro, no son aceptados por sus autores porque resultan demasiado devastadores para aquellos que viven en un analfabetismo de las emociones, fuertemente estimulado por una sociedad que estigmatiza todo lo que se desvincule de un estado constante de alegría y amor; y busca eliminar lo que represente debilidad y descontrol.
De tal forma que el perdón pareciera estar, como una moneda de cambio, en el bolsillo de quien no cuenta con herramientas para vivir y aceptar lo que siente, haciendo contacto, y lo ofrece como una construcción racional; mientras lo emocional, desdeñado y evitado, se envía a la zona más profunda del inconsciente donde permanece hecho un caos por no encontrar solución satisfactoria a sus demandas. Si además de esto, persisten latentes ganancias secundarias (se llaman así porque son disfrazadas en el interés y disimuladas por su autor) es más preponderante “pedir perdón” y otorgarlo porque, de lo contrario, representaría perder prebendas. Por ejemplo, una persona en consultorio puede decir que perdonó la infidelidad de su esposo porque lo “ama”, mandando su enojo y desazón al fondo, irresueltos, porque no hacerlo significaría eventualmente responsabilizarse de su situación financiera, de la búsqueda de su estado de bienestar y, posiblemente, enfrentar el cambio de vida ante una separación inminente y, simplemente, no quiere. Acepta el perdón, pero no lo resuelve. Él, “pide perdón”, pero no quiere asumir como propio que la falta de confianza de ella es una reacción normal a su agresión y no se restablecerá de manera inmediata.
En una analogía es como si un automovilista que circula por la calle, en una distracción, atropella a una ciclista al pasarse un alto. El Estado le impondrá una multa por infringir la ley, pero el perpetrador no puede desaparecer de la escena aun cuando en ese momento la pagara. La obligación también es hacerse cargo de los daños ocasionados a la víctima: saldar los gastos médicos, pagar los sueldos caídos mientras esté incapacitada y reponer la bicicleta que destruyó. Además de pagar la multa, también debe hacerse responsable de reparar el daño. El perdón, que se hace de forma racional, sin sentir, es la multa; enmendar los daños al otro, es la responsabilidad de reconocer que soy el motivo por el que no confías y tienes “miedo” de volverte a montar a la bicicleta llamada relación de pareja.
El niño pide perdón de forma casi automática tras la infracción porque no cuenta con las herramientas para hacerse responsable del menoscabo que cometió. El adulto, antes de ofrecer una disculpa, asumiría que el desperfecto que provocó es producto de sus vicios y omisiones, y buscaría enmendar los destrozos que ocasionó. Imagínate si en el escenario, existen dos niños que piden perdón de manera automática, pero ninguno se hace responsable. No hay que ser un profeta para saberlo: los resultados serán nefastos.
Por eso, el perdón, que se afianza como una evitación y un recurso para no hacerme cargo, no solucionará nada en la pareja. Al contrario, incrementará la tensión, porque a fin de cuentas las emociones están ahí, el coraje no se ha ido, la tristeza está escondida, pero permanece. Disimular, evadir, disfrazar, evitar, omitir, no es desaparecer. Son verbos completamente distintos. No hacer frente a nuestras crisis no significará que el tiempo las curará, como se cree en el pensamiento mágico. Es importante recordar que para tener relaciones amorosas sanas se deben tener conversaciones incómodas. Recuerda que una pareja que no discute no es necesariamente una pareja sana, en muchos casos expresa que uno de los dos cedió en su interés al vínculo.
Asistan a terapia.