Uganda es un país recóndito situado en la inmensidad de la sabana de África, en los dominios de los leones. Aprisionado entre montañas, Uganda no tiene salida al océano, de modo que las intransigencias de la geografía lo han privado sin remedio de los atardeceres del Índico. No obstante, Uganda está privilegiado con las aguas del enorme lago Victoria, uno de sus atractivos turísticos más grandes, y de sus mesetas nubladas donde habitan los temibles gorilas de las montañas. De acuerdo con las estadísticas de las Naciones Unidas, en Uganda viven 47 millones de personas, de las cuales la mitad son de sexo femenino, y que, a su vez, tendrán en la vida un promedio de cinco hijos por mujer. El 76.5% de la población está alfabetizada, y mucha de su economía gira en torno a las exportaciones de bienes y servicios, que tardará muchos años en ser autosuficiente gracias a siglos de despojo de colonialismo e imperialismo europeo.
Uganda también es un país donde se criminaliza la homosexualidad. Es una de las 67 naciones en el mundo donde el amor se sentencia con la prisión misma, y en casos más drásticos, con la pena máxima: la muerte. El pasado 30 de marzo, el parlamento de Uganda aprobó un proyecto de ley para encarcelar a todos aquellos que se identifiquen como homosexuales, lo que implicaría uno de los más grandes retrocesos a nivel internacional en materia de derechos LGBT+, pues sería la primera nación en el mundo en aprisionar legalmente a sus habitantes por el simple hecho de identificarse como gay, lesbiana, u homosexual. La ley también obligaría a que personas cercanas a miembros de la comunidad denuncien a quienes tienen relaciones del mismo sexo, lo que ya ha ocurrido, pues de acuerdo con la BBC, se han registrado casos numerosos en los que los padres denuncian a sus propios hijos, y los disponen sin miramientos al apetito de las autoridades.
La situación toma tintes de inquisición en un país que apenas comenzaba a alzar la voz y a reconocer a su población LGBT+: una flor indecisa. Musa Ecwere, uno de los miembros más importantes y radicales del parlamento ugandiano, declaró ante los medios que en su país no había espacio para los homosexuales, y su frase fue recibida en medio de vítores en un gobierno cuya mayoría determinante se inclina al nuevo proyecto de ley. Expertos en Derechos Humanos temen que la iniciativa ugandesa influya de modo irremediable en la región y sea replicada por estados vecinos, en un continente donde además de Uganda otros 31 países criminalizan la homosexualidad, y que es uno de los lugares en el mundo más difíciles para las personas LGBT+. Yoweri Museveni, presidente de Uganda, aún debe ratificar el proyecto para que sea puesto en marcha, pero no parecen prometedores los acercamientos que han hecho la ONU y la misma Amnistía Internacional para que su país desista de la propuesta. Las religiones imperantes en Uganda son, por supuesto, el cristianismo, el catolicismo, y el islam.
La situación en esta nación de África abre un debate que no debe dejarse de lado en América Latina. Si bien varias instituciones internacionales afirman que nuestros países se encuentran a la “vanguardia” en derechos LGBT+, eso no impide que los crímenes de odio sigan ocurriendo a diario. En México no existe una ley que criminalice a las personas de la comunidad, pero una cosa son las leyes y otra muy distinta es la cultura. La situación es específica: en México, pueden golpearte, agredirte y hasta asesinarte simplemente por ser hombre y besar a otro hombre, por ser mujer e ir en la calle tomada de la mano de tu novia, por reconocerte con una identidad y un sexo distinto al del nacimiento. Por usar faldas, maquillaje, por mostrarte distinto a “lo normativo”. Todo se reduce a esto: te pueden matar por amor.
No son casos aislados, sucesos fortuitos, sino acontecimientos de todos los días que vemos en las noticias, que leemos en internet, que escuchamos en nuestros amigos, que vivimos nosotros mismos, porque forman parte de nuestra historia: el miedo, el descrédito. Las leyes no serán más que letra escrita y no tendrán repercusiones en lo cotidiano mientras no seamos nosotros quienes cambiemos y a su vez produzcamos el cambio; México no puede considerarse un país vanguardista mientras sigan matando personas LGBT+, y donde, en pleno siglo XXI, se corra el riesgo de que te asesinen por ser tú mismo, por amar, donde sigue siendo un delito en la cultura el hecho mismo de dar amor.
Con información de Organización de las Naciones Unidas (ONU) y BBC.