Aprovechando que este domingo 23 de abril se conmemora el Día Mundial del Libro no puedo evitar reflexionar acerca de cómo percibo que ha cambiado (¿mejorado?) el panorama para la literatura LGBT+, principalmente, en tres aspectos. El primero, y más claro, es que anteriormente los textos que incluían personajes diversos (“El vampiro”, de 1819 o “Carmilla”, de 1872) los mostraban como malos ejemplos para la sociedad (incluso relacionados con lo villano o perverso); mientras que ahora su identidad u orientación no tiene una repercusión directa en sus historias; es decir, ser LGBT+ es un rasgo más del personaje, pero no por eso es malo ni bueno.
En segundo lugar, por ejemplo, antes eran totalmente estereotipados. Como prueba de ello, recuerdo “El ángel de Sodoma”, de 1928; donde se recalca constantemente la feminidad de José María (el protagonista); cuando hoy en día sabemos que la masculinidad o feminidad no se relacionan con la sexualidad de alguien (se puede tener una pinta muy varonil y ser homosexual, y no tendría por qué sorprendernos).
Por último, tomando como ejemplo algo del panorama nacional, en la novela mexicana “Después de todo” (1969), tenemos a un protagonista que, aunque se siente cómodo con su sexualidad, no tiene un final positivo; como si por ser homosexual solamente pudiera aspirar a un trágico final; caso contrario a historias modernas donde los personajes LGBT+ experimentan diversas situaciones con normalidad y, como cualquier persona, les pasan tanto cosas positivas como negativas y sus finales dependen más de sus acciones que de con quién les interesa relacionarse sexual o afectivamente.
Así pues, considero que hemos pasado de épocas donde la literatura LGBT+ estaba llena de clichés al momento presente donde, como lo decía hace un rato, la anécdota es mucho más importante que la sexualidad, orientación o identidad de los protagonistas; y si bien siempre han existido (y seguirán existiendo) historias LGBT+ donde el principal argumento es la salida del closet del personaje, o el conflicto por no poderle confesar los sentimientos a alguien del mismo sexo, o cómo alguien de la comunidad sufre por el acoso que recibe en la escuela, o las presiones que ejerce la familia hacia alguien que no se ha casado y no tiene pareja, etcétera; lo cierto es que el panorama actual ha dado cabida a que aparezcan otro tipo de historias, con personajes que no tienen tapujos en mostrar su sexualidad o su afecto, en parejas LGBT+ que enfrentan problemas de celos o rupturas tal como cualquier pareja heteronormativa y que, de cierta forma, nos ahorran a los lectores sus salidas del closet o conflictos con su sexualidad porque se perciben —y los demás los perciben— normales, ¡tal como debería ser, caray!