Aunque hoy en día el gobierno ultraderechista de Giorgia Meloni no apoya tanto a la diversidad sexogenérica, hubo alguna vez en Nápoles una conocida y respetada comunidad de hombres que vivían como mujeres, los "femminielli". Aunque cada vez quedan menos, su legado permanece indeleble en las callejas de esta ciudad del sur de Italia.
En 1947, Carmelo era solo un niño más en un país herido por la guerra, pero en su pueblo sureño todos se metían con él. Le llamaban "ricchione" (que significa maricón), le hostigaban, por lo que un día huyó a Nápoles.
Al principio tuvo que vivir al raso en aquella ciudad ignota hasta que una prostituta le vio y exclamó: "Qué guapo 'femminiello'". Fue, según suele recordar, la primera palabra que escuchó en un lugar que le acogería, donde se convertiría en un símbolo.
La Tarantina, como todos le conocen ya, presume de ser uno de los últimos 'femminielli' ('fémina, en masculino), hombres que viven como mujeres en esta tierra volcánica desde tiempos inmemoriales.
Normalidad travestida
Se trata de una comunidad que actuaba como un "tercer sexo" en los barrios del proletariado napolitano, a menudo dedicándose a la prostitución, pero también a las labores domésticas o cuidando niños.
Con el paso del tiempo, se dotaron de rituales propios y los napolitanos, supersticiosos como pocos, les endosaron un aura mágica, creían que los 'femminielli' traían suerte por contar con el favor de la diosa Cibeles y de la Virgen.
Tal es así que las madres solían dejar en sus brazos a sus bebés neonatos en busca de fortuna y eran quienes se solían encargar de las tómbolas.
Esta conexión divina pudo facilitar su integración en la sociedad napolitana, explica a EFE el profesor de Psicología de la Universidad Federico II Paolo Valerio.
En busca del origen
El docente ha estudiado profusamente este caso de "travestismo institucionalizado" rebuscando en sus orígenes en libros como "Femminielli: cuerpo, género y cultura" (Cenesex, 2021).
En la ardua tarea de reconstruirlo históricamente, la primera fuente de su existencia surge hace casi medio milenio, en el tratado "De Humana Physiognomia" (1586) de Giovanni Battista della Porta.
"En Sicilia hay muchos afeminados. Yo vi uno en Nápoles con pocos pelos en la barba o casi ninguno (...) Gustosa permanecía en casa (...) rehuía de los hombres y conversaba con las féminas a gusto, y estando con ellas, era más fémina que las mismas féminas", escribió.
El médico Abele De Blasio también dejó constancia de su existencia en el libro "Usi e costumi dei camorristi" (1897), diferenciándolos de los 'ricchioni', homosexuales llamados con ese término español (orejón) por tener los lóbulos dilatados por los pendientes.
Una sociedad abierta
Valerio explica que los 'femminielli' prosperaron en esta ciudad portuaria del Mediterráneo porque, antes de la unificación italiana en el siglo XIX, fue una de las más grandes de Europa y jamás implantó la Inquisición, ni siquiera como virreinato español.
La fama tolerante de la urbe fue tal que, según el filósofo Benedetto Croce, muchos soldados españoles sodomitas se asentaron en ella, creando en el siglo XVI los "Quartieri Spagnoli".
"Nápoles inventó un término para definir a un personaje reconocido socialmente como femenino en un cuerpo masculino", apunta el experto.
El colapso de una leyenda
En Nápoles todavía queda gente que se autoproclama 'femminiello', pero Valerio sostiene que, aunque ese término "probablemente tenía un sentido hace un siglo", ahora es folclore.
El declive de esa comunidad tiene que ver, a su juicio, con el fin de un tiempo arcaico y el advenimiento de la modernidad, mientras el terremoto de 1980 aceleró el fin arrasando sus bajos fondos, arrojándolos a la diáspora.
Pero sobre todo se debe a la eclosión de infinidad de identidades de género. El 'femminiello' fue una primigenia tercera vía, pero ahora una persona puede enmarcarse en un sinfín de sexualidades (Facebook, por ejemplo, ofrece hasta 58 géneros).
Hoy, con el avance de la medicina o las hormonas, podrían ser considerados transgénero o simplemente "no binarios".
Tras los pasos del ‘femminiello’
Sin embargo, Marika Gambardella, una actriz napolitana, se siente parte de esta historia: "Sí, me considero un 'femminiello'", confiesa a EFE en un bar donde celebra la Candelaria.
Alta, pelo largo y rubio, rostro afilado, hermoso, gafas de sol y uñas rosa, se justifica describiéndose como "una persona no binaria de aspecto andrógino pero más proyectada a la feminidad".
"Por suerte nunca sufrí faltas de respeto. Sí que hay fenómenos de transfobia, pero en Nápoles es difícil porque tiene una humanidad mucho más empática", promete.
Puede que el 'femminiello' sucumba al tiempo, pero su huella es ya imborrable en un universo, el napolitano, que llegaron a defender, sumándose a la insurrección de 1943 para expulsar a los nazis. Así lo recuerda una placa del barrio de San Giovanniello.
Con información de agencia EFE
JN