Aprovechando que hoy, 30 de abril, se conmemora el Día del Niño aquí en México, queremos compartirte una historia ideal para infancias diversas (y para no tan niñxs) y protagonizada además por una famosa muñeca…
El día en que llegó Ken
¡Uff, qué difícil es ser yo! Apenas sale el sol y empiezan mis problemas. Tengo tal cantidad de ropa que el solo hecho de elegir la indicada para vestirme ya me causa dolores de cabeza y es que, en serio, en mi armario hay de todo: vestidos, pantalones, shorts, ropa deportiva, sombreros, lentes, bolsas, collares, anillos y muchos, pero muchísimos zapatos. Por fortuna, Gaby siempre me ayuda con eso.
Luego, una vez vestida y mientras unas manos me conducen directo a la mesita de juegos, voy concentrándome en el que será mi papel para hacerlo a la perfección. No es por presumir, pero ya le tengo harta experiencia a esto de la improvisación puesto que en el tiempo que llevo aquí, que son cuatro cumpleaños y contando he sido, sin querer sonar pretenciosa, todo esto: astronauta, rescatista, doctora, abogada, maestra, psicóloga, veterinaria, vendedora, recepcionista, arquitecta, bombera, electricista, carpintera, domadora de serpientes, aeromoza, luchadora, maquillista, comediante, científica, tenista, maga, química, cirquera, actriz, contadora, chef, gimnasta, cantante, nutrióloga y muchas otras cosas más.
¡Soy, lo que se dice, multifuncional! Además, mi vida es perfecta. ¿Qué más podría pedir? O sea, vivo en una gran mansión, tengo un montón de amigas, lujos y sobre todo a Gaby, quien me quiere mucho… Bueno… en realidad, sí hay algo que deseo. Todo a causa de recordar a la perfección lo que Gaby dijo en cuanto destapó la caja donde yo estaba y me vio por primera vez:
—¡Le falta un Ken! —fueron, tal cual, sus palabras.
Yo no sabía qué rayos era eso pero la escuché tan decepcionada porque no tenía uno que ganas no me faltaron de escaparme, regresar a la tienda y conseguirlo. ¿Un Ken? Sonaba como un buen accesorio y yo, definitivamente, lo necesitaba. ¿Cuánto cuesta uno? ¿Me hace lucir más bonita? ¿Me aseguran que no me estorba? ¿Cada cuando hay que lavarlo? O si es un animal; ¿qué tan seguido hay que sacarlo a pasear? ¿Qué cuidados requiere? ¿Ya sabe hacer sus necesidades o hay que enseñarle? ¿Me juran que no le huele mal la boca?
Admito que me atiborré de dudas, por lo que esa misma noche me escabullí hasta el bote de la basura para sacar el instructivo que venía conmigo y leerlo completo. De acuerdo con este, he sido fabricada para lucir siempre bonita y rompo estereotipos acerca de que las mujeres no podemos desarrollarnos en algunas profesiones pero, por otra parte, mi vida adquiere mayor sentido cuando tengo una familia a la cual dedicarme en cuerpo y alma y, para eso necesito un Ken a mi lado.
En aquel entonces, sentí como si me llegase una gran revelación divina y decidí conservar dicho instructivo debajo de mi cama para recordarme cada tanto lo incompleta que soy sin un Ken; y es que por más cosas que haga o tenga, ¡no puedo ser totalmente feliz sin uno! Y hoy, que es el cumpleaños número 8 de Gaby, ansío que nuestro regalo… quiero decir, su regalo, ¡sea un Ken!
—No llegará —dice Marta, una afelpada coneja a la que le gusta bajarme los ánimos.
—¡Sí llegará! Este es el día, ¡lo presiento!
Atenta, escucho que el Feliz cumpleaños ha llegado a su fin. Ya me sé de memoria la rutina que sigue: aplausos, el grito de “mordida”, repartir pastel y, lo más importante, ¡abrir regalos! Con las orejas pegadas a la puerta, las muñecas y los peluches oímos las más diversas descripciones sobre los obsequios, tratando de adivinar qué es cada uno. De pronto, es el turno del regalo de la tía:
—Él será el novio de tu muñeca, ¿te gusta?
Esa frasecita encaja a la perfección, ¡la tía le ha dado a Gaby un Ken! Regresamos a nuestros respectivos estantes. Por mi parte, me recuesto en la cama del tercer piso de mi mansión de lujo pensando en lo mucho que cambiará mi vida ahora que ya tengo mi propio Ken porque a mí me fabricaron justo así. Para ser feliz solo cuando tuviese uno de esos.
Finjo que estoy dormida cuando Gaby coloca a mi nuevo compañero de mansión a mi lado. Siento que una mano pequeña sujeta la mía. ¡Es él! Ay, no… qué emoción, ¡ya lo amo! Aguardo hasta que escucho los ronquidos de Gaby para ponerme de pie. Con los nervios a flor de piel, me acerco al muñeco.
Paso mi mano por su piel. Vaya, ¡plástico de calidad! Trae un gracioso corte de cabello con partido de lado, tiene ojos verdes y unos labios carnosos que acompasan su reluciente sonrisa. En cuanto a la ropa, reconozco su buen gusto: camisa polo azul y pantalones cortos a juego. ¿Jugará tenis? ¡Ojalá podamos jugar dobles! ¡Ay, no, qué nervios! ¡Él también me está mirando de arriba abajo! Me aclaro la garganta. Siento que unas gotas de sudor me escurren por las mejillas antes de hablar:
—¿Te llamas Ken? —me muerdo la lengua ante lo tonta que ha sido esa pregunta. Seguro él también piensa que mi pregunta es tonta, puesto que no me responde.
—Perdón, es que no sé cómo hablarle a uno de los tuyos…—sus ojos se clavan en mí—. Eres un chico, ¿cierto? Pues… yo soy una chica, ¿entiendes? Tú y yo somos perfectamente compatibles… solo por eso, ¿no es genial?
Nada. Sigue sin responder. Lo observo con detenimiento. Su sonrisa continúa tan perfecta, tan… tan… ¿permanente? Voy girando a su alrededor para observarlo a detalle y encuentro la razón por la que no ha hablado, ¡él es de esos muñecos que nada más habla cuando le aprietas un botón! Cielos, no pensé que todavía hicieran de esos modelos. Despacio, acerco mi mano hacia el botón mientras le vuelvo a repetir mi nombre.
Entrelazo mis manos con las suyas en espera de conocer sus primeras palabras:
—¡Hola! Soy Ken.
—¡Hola! Yo soy… —me presento.
Como introducción, vamos bien. Me limpio el sudor de las manos y vuelvo a presionar su botón para escuchar su siguiente diálogo.
—Eres muy bonita.
¡Cielos! Eso fue bastante atrevido y directo… yo… no sé qué decirle. Dudo antes de volver a presionar el botón:
—¡Quiero una familia de verdad!
—¿Ya? ¿Tan rápido? Pero si ni siquiera sé tus gustos ni… —me callo antes de proseguir. Golpeo suavemente su cabeza. ¡Se siente hueca! Tras unos segundos, vuelvo a presionar su botón pero solo porque espero que me pregunte algo para platicar a gusto.
—¡Hola! Soy Ken.
Recuerdo que eso ya lo había dicho. Por tanto, presiono de nueva cuenta:
—Eres muy bonita.
Definitivamente eso también ya lo había dicho. ¿Y si presiono de nuevo? Lo hago:
—¡Quiero una familia de verdad!
Ya he perdido la noción de cuántas veces he apretado su botón y solo tiene esos tres míseros diálogos. Saco de debajo de mi cama m instructivo y lo releo. Presto atención a algunas partes: “Soy independiente, pero…”, “mi vida tiene mayor sentido al formar una familia,” “necesito un Ken”… ¿quién rayos escribió esto? Pufff, ¡debió haber sido un hombre! Hago bolita el papel y lo arrojo lo más lejos posible. Desecha y con el corazón destrozado, me acurruco en mi cama. ¡Esto nunca lo voy a superar!...
¡Vale, vale! Exageré un poco. O sea, sí admito que estuve mal unos cuantos días, pero al fin he logrado sobreponerme de la situación. Además, hoy la tristeza no tiene cabida. Gaby me está sujetando fuertemente mientras salimos de su cuarto en dirección al jardín. ¡Habrá fiesta de té! Escucho las voces de otras niñas quienes han traído un montón de muñecas y muñecos con quienes platicar. A mí me encantan estos días porque es cuando me actualizo en chismes con mis amigas y, de vez en cuando, conozco nuevas personas.
Esta vez, además, tengo algo importante por contarles: por mucho tiempo creí que mi vida requería un Ken, pero ahora ya no estoy tan segura de eso. O sea, tal vez de aquí a muuuuuuchos años me decida a tener uno a mi lado… o tal vez se me antoje estar con alguien totalmente diferente, ¡e incluso la idea de estar sola no suena nada mal! PERO de lo que sí estoy segura es que todavía me queda mucho tiempo por delante para definir lo que quiero para mí, ¿y quién mejor que yo para descubrirlo y decidir? Después de todo, ese es mi slogan, ¿qué no? “Sé lo que quieras ser…”
—¿No trajiste a Ken? —una amiga de Gaby interrumpe mis pensamientos.
¡Uy, si les contara! ¡Pobre Ken! Supe que accidentalmente se quedó encerrado en el baño de la mansión y por eso Gaby no lo pudo encontrar… En fin, a ver si para la próxima nos puede acompañar.
Autor: Javier Negrete C.
SABER MÁS:
El cuento forma parte de la antología “Los Cuentos de la Bruja Azul”, de Mandrágora Ediciones (2022).